El gigante del cielo no para de llorar. Se habrá lastimado o le habrán roto el corazón nuevamente. Sus lagrimas caen mecánicamente sobre la gente. Su pena se ha programado, sus emociones se transforman en engranes que ayudan a circular su dolor. Trato de evitar la tristeza que sus lagrimas contienen. Corro entre la multitud no quiero que su tristeza me moje de desesperación. 

Sus penas han humedecido la banqueta. Justo al lado de un charco repleto de exasperación me tropiezo a causa de un descuido. Mi cabeza choca contra el piso y en el reflejo de aquel sucio lago veo un arco iris naciente en el costado de su labio. Al final de aquel arco donde los colores nacen y la luz rebota en los residuos de la escarcha, se haya un valioso tesoro. Que secretos guardaran aquellas comisuras, que aventuras contaran esas sonrisas que se mantiene estériles dentro de esos carnosos sellos. Diría que es hermoso, espléndido, glorioso una maravilla creada de la lágrima de una ninfa, no del horroroso llanto de un gigante.

 No puedo avanzar, mis piernas nunca se han acostumbrado a caminar al ritmo de mi palpitar. Quisiera saber todos sus secretos y a la par olvidarlos para volver a encontrarnos.  Mientras lo observo sus ojos se encuentran con los míos. Me penetra, descubriendo mis anhelos. Quiero hablarle, gritarle, pedirle que sea mío o no volveré a vivir en paz. Que lo amaré como nadie lo hará jamás, si me da la oportunidad de tenerlo aquí en mi pecho. Que mi cuerpo lo mantendrá caliente en las noches de invierno. Me sonríe, el corazón se detiene y la mente comienza a operar. Con que propósito quiero abrir su cabellera cual telón, para que el tercer acto termine con nuestra pasión. Con que propósito mataría el sentimiento más bello que ha nacido en mi pensamiento. Igual que el gigante no quiero terminar. Me acerca su mano, sabe lo que siento. Me levanto con su apoyo, no se lo agradezco. Me retiro sin decir palabra alguna protegiendo un amor verdadero. 

Mis pies vuelan en tanto que mi mente aterriza en esta calle sin salida. Esquinas que despliegan el vuelo en mis alas entumidas. Mi piel es confidente de la alegría creciente. 

La risa ahoga a los mares en un charco justo en medio de la calle. Los ríos son encarcelados en celdas oxidadas. Las sirenas nadan en estas aguas enclaustradas. Su aleteo despierta a la estéril  banqueta, que está molesta de ser usada sin conciencia. El farol intenta dar consuelo, pero su luz solo opaca al suelo. El recuerdo de las antiguas glorias es convertido en sombras. 

Sombras nacidas de un brillo artificial que se terminará por apagar. 

Bailo hacia la brisa con cuidado de no irme hacia poniente donde el aire te convierte.

Mejor quedémonos junto al árbol naciente. Las manzanas caen, pero la gravedad comienza a desaparecer volviendo claro lo que tiene que ser. 

Digo basta, no doy más. Sin más preámbulo te lo digo aquí y ahora. Que no vivo en un presente y mucho menos me imagino un futuro. Mi mundo no gira más. Te he llorado, extrañado y velado. Te he buscado entre las sombras, en las risas de los niños, en los rizos de los desconocidos. He tratado de resucitarte de mis viejos recuerdos y en un intento de desesperación por retenerte me he extraviado. Me he perdido en la carretera del olvido, con entronque a mis memorias. En un pueblo llamado el pasado con tan solo un habitante, tu recuerdo. Un pueblo muerto, que el mismo sol ha olvidado. Iluminado por un leve rayo de luz que proviene de la luna. Brillo de los olvidados y desconsolados. Se ha convertido en mi vela estas últimas semanas. Pero esta noche el viento ha soplado fuerte y me ha dejado en la oscuridad de mis pensamientos. Sin encontrar salida quise permanecer en este hoyo en el que creí pertenecer. En una grieta, se escurre una pequeña luz perteneciente a la luna. Poseyendo el mismo tenue brillo que tus ojos tenían cuando reían. Recordé tu parecido con la luna. Taciturno y tranquilo, indiferente ante el brillo del día. Y tu vida resplandecía hasta que el sol se ponía. Quizás el abismo que nos separaba era causado por un simple atardecer. 

Recuerdo cuando me dijiste que mis ojos brillaban como el sol. Aquel día que creíste verlos dorados. Tal vez será que tu eres la plateada luna y yo el aperlado sol. En un principio ambos nos iluminábamos el camino cuando nuestras luces se debilitaban. Pero que tanto puede durar, uno dirigiéndose a la oscuridad. Nos sofocábamos, arrebatándonos lo que nos había enamorado uno del otro.

Cuando decidí que era hora de que dejaras de brillar para mí, me perdí. Deje de vivir por tratar de revivir el pasado. Perdiéndome en un mundo sin nombre. Te lloraba, intentando sentirte te sufría. Ironía era que hasta que llegaba la noche, cuando mí brillo se perdía, era que me reconocía. Te veía y me dolía.

Por más que yo haya estado en el pasado, el tiempo se ha movido. El ayer en el cual me ausente se había convertido en el mañana. En un mañana que creí que jamás llegaría. Que ni en mis sueños más locos creí que existiría. Una alegría creada de la vida en mi surgía. Las flores nacían y mi sonrisa volvía. 

Aun te recuerdo no lo niego, pero sabes no me dueles como antes. Todo ese dolor se ha convertido en admiración. Y el rencor se torno en todo ese amor que alguna vez vivió. Puedo seguir una vez más y caminar hacia al final de esta vereda donde el sol toca la tierra. Y ahora cuando la luz se ausenta y la luna se acrecienta. Te miro, te admiro desde lejos recordando que alguna vez brillo para mí.

En un deliro o en un sueño, quizás en el sueño de un sueño, o en el sueño de un extranjero. Con la mirada hacia el cielo, pero la vista en su anhelo. Estará encontrado lo que desea o solo se perderá en la vereda. Será que mis deseos cruzan por sus caminos. Espero no perderlos al igual que he hecho conmigo. 

Extasiada entre colores, luces de lo empíreo, te idealizo a ti en los rocíos de este encuentro. Sin forma ni color te has hecho presente en la utopia nacida en el sueño de un idealista. No has sido una aspiración y mucho menos mi anhelo, pero como te deseo. 

En mi brazos tenerte quiero, para que la sustantividad quiebre este afán sembrado por un extranjero. Regado por pasiones enroscadas. Pérdidas al lado de mi discernimiento. 

He perdido la capacidad de reconocer la realidad. Tanto tiempo durmiendo en el sueño de alguien más me ha hecho alucinar. Pero tu estás conmigo y me has hecho suspirar. Atrapa mi aliento en un beso antes de que se lo lleve el viento. Toma los minutos y conviértelos en verdad. Tómame a mi y vuéleme real.  

Convierte esto en verdad, para que el extranjero deje de soñar.

¿Podré decir que estoy completamente sola, cuando la soledad aún me hace compañía? En esta fría esquina, en la que la lluvia me esquiva. Suspiro, recordando lo que era sentir la brisa en mis mejillas. Cuánto tendrá que la soledad se convirtió en mi única amiga. Cuánto tiempo habrá pasado desde que reí en compañía y me emergí en una palabrería. Me parece tan lejano que me resulta ajeno aquello que alguna vez me brindo alegría. ¿Me extrañaran? Dudo que alguien note mi ausencia, si quizás nunca notaron mi presencia. 

Me he vuelto tan insignificante, que el frío se ha olvidado en congelarme y mi alma hace un buen trabajo en acabarme. Entiendo que huya de mi compañía, si pudiera yo también lo haría. 

El brillo del sol, me esquiva dejándome en las sombras. Si la oscuridad no es más que la ausencia de la luz. La soledad es la ausencia de la vida y mi mirada la inexistencia de felicidad. Me hundo por elección, aunque sé que dentro de poco no tendré otra opción.

Conforme los minutos transcurren la irritación que la soledad sienta hacia mí acrecienta. Mis lamentos la marean y mis dolores la enfurecen. La respiración, que de mi cuerpo proviene, la ensordece y mis lagrimas nos hunden a ambas en la más absoluta desesperación. 

Llegó el momento que no vi llegar. La soledad estiró sus entumidas piernas y decidió avanzar. Tomó el manto que me envolvía ya hace un tiempo y se marchó sin mirar atrás. Ni la soledad pena de mí sintió, patética me encontró. 

La lluvia seguía cayendo en la banqueta, encausada hacia la coladera. Mis lagrimas se secaban en mis mejillas en la espera de una caricia. 

No me encontraba sola como antes, estaba abandona. La soledad misma me había desechado. Traté de pararme, pero mis piernas no me respondían. 

La gente no se apiada de mi dolencia, ni el galgo de la esquina me orina. Trato de lanzar un último  suspiro, pero en ausencia de espíritu un lamento es lo que obtengo.  Junto mis manos y miro al cielo pidiendo auxilio. Ansío el día que la muerte toque a mi puerta. Quizás ese día ella pueda hacerme compañía. 


Photo by me