La lluvia caÃa con gran intensidad sobre la casa. Las gotas al caer componÃan una melodÃa presidida por los truenos, que anunciaban su llegada a los lejos. El viento soplaba con gran fuerza estrellándose contra las ventanas. Las luces se prendÃan y apagaban dentro de la casa hasta que la oscuridad ganó la batalla.
- ¡Mamá! ¡Mamá!- gritaba la pequeña Rosalinda mientras se escondÃa dentro de las sábanas. Su madre apresurada tomó una vela, y salió en auxilio de su pequeña. Entrando al cuarto de su hija se acerca a una orilla de la cama y se sentó dejando la vela en la cómoda.
- Ya estoy aquà mi pequeña. ¿Qué ocurre? - Dijo la madre de Rosalinda mientras sobaba dulcemente su espalda. La pequeña comenzaba a incorporarse, sacando poco a poco la cabeza de entre las sábanas. A los lejos se escuchaba el retumbar de un trueno provocando que Rosalinda se volviera a esconder dentro de las sábanas.
- Mi niña no tienes porque esconderte ya estoy aquÃ. ¿Dime qué es lo que te asusta?
- No me gusta que esté oscuro, me da miedo.
- Pero si ya no está oscuro he traÃdo una vela.
- Pero el viento sopla muy fuerte mamá. ¿Y si llegara a entrar por la ventana? ApagarÃa la vela.
- Las ventanas están perfectamente cerradas. La vela no se apagará.
- Pero ¿Y si se termina antes de que salga el sol? Estará oscuro mamá.
La madre se levantó de la cama dirigiéndose hacia la ventana. Abrió lentamente las cortinas dejando entrar la luz de la luna en la habitación.
- Si la vela se llegara a pagar. Siempre podrás tener la luz de la luna cariño.- DecÃa la madre mientras regresaba junto a su pequeña.
- Pero me da miedo dejar las cortinas abiertas mamá. ¿Qué tal si la luna es mala?
- No mi amor como va a ser mala la luna. Ven pequeña. - La madre lentamente retiro las cobijas de la cabeza de su hija. - Quiero que mires un momento la ventana conmigo.- La niña estrechando el brazo de su madre miró hacia la ventana.
- ¿Alcanzas a ver aquella estrella que está junto la luna?
- Si mamá.
- ¿Alguna vez te he contado la historia de aquella estrella?
- No.
- ¿Te gustarÃa escucharla?
- Si- Dijo la niña esbozando una tÃmida sonrisa.
- Bueno. ¿Por dónde comenzamos?
- En erase un vez mamá…
- ¡Claro tienes toda la razón! Erase una vez, en un reino llamado Linoac, habitaba un amble joven, que acababa de ser coronado rey tras la muerte de su padre. El pueblo lo adoraba y sus pobladores estaban contentos de que él hubiera ocupado el lugar del antiguo monarca, no habÃa mejor opción.
Cerca de su reino se encontraba un misterioso bosque. No cualquiera podÃa adentrarse en éste. Contados eran los que habÃan entrado en él y logrado regresar. Por lo que por decreto real se les habÃa prohibido a los habitantes acercarse al bosque. Ya habÃa pasado bastante tiempo desde que el último plebeyo logró salir de ahÃ. Por lo que habÃa diferentes versiones sobre qué era lo que escondÃa aquel misterioso lugar. Muchos decÃan que un dragón vivÃa al final de éste y que él habÃa devorado a todos los que no habÃa regresado. Otros cuentan que justo en el centro se encuentra una vieja cabaña en la que habita una horrible bruja. Y cuando ésta siente tu presencia sale en tu búsqueda. Una vez que te ha encontrado te lleva a su casa y te convierte en vela. Pero eran puras suposiciones, nadie sabÃa realmente la verdad.
Era una tradición que cada vez que un nuevo rey fuera coronado se adentrara en el bosque y buscara la salida. El motivo de esto era que sólo un buen monarca lograrÃa encontrar la salida. Y de la misma manera que encontró el camino guiarÃa al pueblo a un largo tiempo de gloria.
Aquel ritual le preocupaba un poco al rey Edgar. Desde que habÃa sido coronado no habÃa conseguido dormir del todo bien. No querÃa desilusionar al pueblo, si no encontraba como regresar, y mucha menos a su padre. Conforme el dÃa de la prueba se acercaba sus nervios incrementaban. Ante todos se mostraba tranquilo, no querÃa preocupar a nadie, aunque por dentro el miedo lo comÃa vivo.
Un dÃa antes de su prueba su maestro lo citó en sus aposentos. Cuando el joven rey llegó este saco unos empolvados pergaminos.
- Ven Edgar acércate a la mesa.- Le dijo el viejo maestro mientras extendÃa los pergaminos sobre la mesa.
Lo que estaba a punto de enseñarle iba a causar un gran alivio a sus nervios.
- Uno de tus ancestros el rey Eustasio memorizó cada rincón del bosque y lo trazó sobre estos pergaminos. Usted puede hacer uso de ellos si los desea. A partir de este momento son suyos. Le han pertenecido a varios miembros de la familia real. A su abuelo por ejemplo, que tomó la ayuda que estos le brindaban; a diferencia de su padre que decidió seguir a su instinto. La decisión que tome majestad será respetada. Tome lléveselos, ya sabrá usted si hará uso de ellos o no.
El rey tomó los pergaminos de la mesa y los llevó a sus aposentos. Se encontraba bastante confundido. Al verlos extendidos sobre la mesa habÃa decidido utilizarlos. Todo eso antes de que su maestro mencionara que su padre no los habÃa utilizado. Si querÃa honrar su memoria como es debido.
La idea de revisarlos no abandonaba su cabeza, pero se mantuvo firma a sus creencias y decidió no mirarlos. Pera evitar tentación alguna mando llamar a su maestro, para que retirara los pergaminos.
Después de un largo dÃa, el sol se retiró dejando a la noche cubrir el cielo con su oscuro manto. Edgar no lograba conciliar el sueño. Los segundos se convertÃan en minutos y las horas se volvÃan una eternidad. El sabÃa lo importante que era el descansar bien, más si le espera un dÃa tan importante. Pero sus pensamientos lo mantenÃan despierto. No sabÃa con exactitud cuanto tiempo quedaba antes de que saliera el sol, pero ya no podÃa permanecer acostado ni un segundo más. Comenzó a dar vueltas alrededor de la habitación. Tratando de distraer su mente con el ruido de sus pisadas. Pero fue en vano lo único que consiguió fue un leve mareo. Se acercó con cuidado hacia la ventana para poder tomar un poco de aire fresco. Era una noche preciosa. El cielo se encontraba despejado y lograbas ver con claridad a cada una de las estrellas. Que con el brillo de la luna relucÃan más que nunca. Disfrutando la cálida brisa recordó que su madre siempre que él tenÃa problemas para dormir le contaba una historia sobre la luna. La historia era sobre la bella princesa que habita en ella.
Regresó a su cama y comenzó a narrar la historia para sà mismo. Empezó con un tono de voz fuerte y clara; conforme iba avanzando el relato el tono se volvÃa más bajo, hasta que el silencio reinó en la habitación. Le parecÃa que acababa de cerrar los ojos cuando dos sirvientes entraron en la habitación.
- Venimos a ayudarlo a alistarse su majestad.- Dijeron ambos sirvientes mientras hacÃan una reverencia.
Edgar salió de la cama de un salto, listo para enfrentar cualquier obstáculo. Antes de retirarse fue a despedirse de la reina, que se encontraba desayunando en el gran comedor.
- Madre, no quiero interrumpir tu desayuno, solo vengo a despedirme.
- Tú nunca interrumpes hijo.- su madre se levantó y le dio un beso en la frente. - Ten este medallón pertenecÃa a tu padre. CuÃdalo te protegerá mientras te encuentres lejos.- Dijo la reina mientras le dejaba caer el medallón en las manos a su hijo.
- Prometo que no será por mucho. Estaré de vuelta rápido, tanto que no notaras que me marche.
Ambos se abrazaron fuertemente. Edgar abandonó el comedor acompañado de cuatro lacayos y del capitán de la guardia real. Se dirigieron a la salida del castillo donde los esperaban sus caballos. Una vez que el rey estaba encima de su caballo los demás prosiguieran a montarse en los suyos.
- Bajen el puente.- Gritó el capitán.
Cuando el puente tocó el piso, el corazón de Edgar retumbo. El bosque se alcanzaba a ver desde el castillo. Se quedó contemplando a su rival olvidando todo a su alrededor.
- Su majestad cuando usted diga. Estamos listos para partir.- Dijo el capitán. La grave voz del capitán lo hizo regresar.
- Estoy listo, salgan detrás de mÃ. – Exclamó Edgar mientras salÃa disparado por el puente.
Los latidos de su corazón eran irregulares, estos se habÃan sincronizado con las pisadas de su caballo. DistraÃdo en sus pensamientos no notó que ya se encontraba en la entrada del bosque. Uno de sus lacayos se acercó a él para ayudarlo a bajar.
- Mi rey tome esta corneta, si llegara a necesitar ayuda solo tóquela e iremos.- Dijo el capitán extendiendo la corneta.
- Gracias caballeros. Nos encontraremos dentro de un rato.
El momento habÃa llegado. Edgar comenzó a dar pasos pequeños y de poco a poco aumentó la velocidad. Escuchaba como el sonar de las trompetas de la guardia disminuÃa. Fue adentrándose cada vez más y más. Hasta que no vio más que un montón de árboles. ¿Para donde ir? Todo era exactamente igual. Sacó una pequeña navaja y comenzó a tallar los árboles con su inicial. Decidió avanzar en lÃnea recta, para evitar perderse. Después de un rato se percató que habÃa estado caminando en cÃrculos, debido a que encontró varios árboles marcados. No importaba a que dirección se dirigiera siempre parecÃa regresar al mismo punto. El sol comenzaba a ponerse y él seguÃa sin saber a dónde dirigirse. Miró a lo lejos y alcanzó a percibir algo que parecÃa ser una montaña.
¡Perfecto! Pensó. SubirÃa a la montaña y lograrÃa ver el camino de regreso. Aprovecho lo poco que quedaba de luz para dirigirse hacia ella. Para no perderse siguió la sombra que esta proyectaba. Antes de que se retirara el sol, él ya habÃa llegado a la montaña. No alcanzaba a ver la punta de esta. ¿Pero qué tan alta podÃa ser? Subió sus pies a una roca y comenzó trepar. Las horas transcurrÃan y Edgar continuaba escalando. ¿Qué tan lejos se encontraba de la cima? No lo sabÃa debido a que no lograba verla. Pero no se dio por vencido siguió y siguió hasta que los pies no le dieron más. Debilitado dejó caer su cuerpo al suelo, con lo poco de energÃa que le quedaba se arrastró un poco más.
Después de un rato de estar tumbado en el suelo comenzó a incorporarse. Estiro su cuerpo hasta que su cabeza chocó con algo. Se hizo a un lado y miro hacia arriba. Una luz deslumbró sus ojos. Poniendo su mano en la cara, para cubrirse un poco del resplandor, miro una vez más.
No lo podÃa creer. ¡Era la mismÃsima luna! Confuso subió a esta. Si la luna ya era bella de lejos, de cerca podÃas contemplar con más detalle su esplendor. HabÃa una especie de polvo alrededor. Se agachó para verlo con más detenimiento. Brillaban más que un diamante y se disolvÃa al contacto con la piel. Avanzó sin rumbo alguno y una vez más se encontraba perdido, pero esta vez no le importaba. Estaba hechizado con la belleza que lo rodeaba.
Algo brillaba con la misma o más intensidad que la luna. Siguió el resplandor, para encontrarse con lo que parecÃa ser una mujer sentada en un trono de plata. Se acercó con sumo cuidado no querÃa espantarla. Se escondió detrás de unos árboles que parecÃan ser de cristal, pero estos no se transparentaban. Pudiéndola observar con más detenimiento descubrió a la criatura más bella, jamás antes vista. Su piel era tan blanca que parecÃa irradiar luz. Sus ojos eran de un color peculiar, parecÃan ser morados pero a segundos se tornaban grises. Su vestido y corona era de un azul claro. Toda ella era perfecta, si antes hubiera sabido que la historia de la princesa en la luna era cierta. Perdió todo control sobre sà mismo, desde ese momento le pertenecÃa a ella. Al quedar asombrando por su hermosura perdió el equilibrio cayendo asà torpemente al suelo. La joven notó el ruido y se acercó a donde se encontraba Edgar.
- ¿Se encuentra bien joven?- Dijo la muchacha.
- Si, lamento la intrusión. Déjeme presentarme soy el Rey Edgar del reino Linoac.- Dijo, haciendo una pequeña reverencia.
- ¿Es usted de abajo? ¿Pero cómo ha logrado subir? ¿Quién le ha dicho como encontrarme?
La bella joven comenzó a ponerse nerviosa.
- Me he perdido y he subido la montaña para poder ver todo desde lo alto y encontrar el camino de regreso.
- Es mejor que se regrese de inmediato. Está por llegar el dÃa y usted no puede permanecer aquÃ.
- Pero no sé como regresar y aún no me ha dicho su nombre.
La joven se acercó a una rama de los árboles y apretó una de las hojas.
- Tenga- Dijo la joven mientras le extendÃa lo que parecÃa ser una gota de agua.- Con esto encontrará el camino de regreso. Le permitirá ver todo con mayor claridad. Ahora le pido que se retire antes de que regrese el sol.
- Pero si aún no me ha dicho su nombre.
- Váyase y no insista más.
Edgar le dio las gracias dándole un tierno beso en la mano. Siguió sus huellas y bajó lo antes posible de la luna.
Como le habÃa dicho la misteriosa joven, con aquella gota habÃa logrado encontrar rápidamente la salida. Su séquito estaba esperándolo fuera del bosque. De regreso al castillo, se dirigió a sus aposentos sin hablarle a nadie. Se sentó en su cama a observar su gota. Pero que hermosa criatura pensaba. Si hubiera tenido más tiempo. Todos sus pensamientos se encontraban invadidos por ella. Si no conseguÃa sacarla de su mente menos de su corazón. TenÃa que volver a verla. Eso harÃa saldrÃa del castillo de noche y volverÃa a la luna. No podrÃa vivir tranquilo sin saber su nombre. No querÃa que nadie se enterara de su viaje a la luna y menos que tenÃa pensado regresar. Asà que esperó que se ocultara el sol, se puso encima una vieja capa que le cubrÃa la cabeza. Tomó su gota y se metió al pasadizo secreto que se encontraba debajo de su cama. Al estar fuera del castillo su capa negra se confundió con la oscuridad de la noche.
El rey no percibÃa nada de entre las sombras, pero gracias a la gota logró llegar sin problema alguno hasta el pie de la montaña.
Después de algunas horas llegó a la cima. Su corazón latÃa con la misma emoción que la primera vez y sentÃa una extraña sensación en la boca del estómago. Notó que en el suelo seguÃan las huellas que habÃa hecho la noche anterior. Caminó siguiéndolas hasta que chocó con la bella
princesa.
- ¿Pero qué hace usted aquÃ? Creà que habÃa logrado regresar.
- Y asà fue- dijo haciendo una reverencia.- Perdone el atrevimiento pero tenÃa que volver a verla.
- Bueno ya me ha visto, ahora le pido que regrese de donde viene.
- Perdone usted, pero por el momento me siento bastante cansado. He camino por horas, necesito descansar un poco.
- Está bien. Descanse un rato, pero cuando se sienta recuperado emprenda el camino de regreso.
- Y asà será.
La joven empezó a alejarse del rey.
- ¿Se va?
- ¿Disculpe?
- Bueno me parece un poco rudo que siendo yo su invitado me abandone.
- Oh perdone usted. – Dijo la joven con un tono sarcástico.
- Estará usted perdonada con la condición de que me diga su nombre.
- Disculpe, pero eso no es de su incumbencia.
- Sabe usted que uno de los motivos por el cual yo regresé es por saber su nombre. Si no me lo dice, me veré que con la penosa necesidad de regresar hasta que sea tan amable de decÃrmelo.
- Ya verá que se cansara de estar viniendo.
- No me conoce, pero cuando me propongo algo lo cumplo.
- Esta usted muy hablador. Veo que ya se ha recuperado, creo que ya es tiempo de que regrese.
El rey se despidió de la joven y emprendió el camino de regreso.
Noche tras noche Edgar se dirigÃa a la montaña para ver nuevamente a la joven que hacia las noches más brillantes que cualquier dÃa. Poco a poco fue ganándose su confianza. Y después de una largo tiempo de espera y lucha logró saber el nombre de la bella doncella. Una noche mientras Edgar le contaba sobre los alrededores de su castillo ella lo interrumpió diciendo:
Noche tras noche Edgar se dirigÃa a la montaña para ver nuevamente a la joven que hacia las noches más brillantes que cualquier dÃa. Poco a poco fue ganándose su confianza. Y después de una largo tiempo de espera y lucha logró saber el nombre de la bella doncella. Una noche mientras Edgar le contaba sobre los alrededores de su castillo ella lo interrumpió diciendo:
- Selene.
- ¿Disculpa?
- Mi nombre es Selene.
- Lo ve no era tan complicado. Y ahora que nos encontramos en un momento de sinceridad, debo de hacerle una pequeña queja. La gota que me dio no sirve del todo bien.
- ¿Cómo va a ser eso posible?
- Siempre que quiero regresar a mi hogar me dirige a usted.
Con cada noche que transcurrÃa les era más difÃcil la separación. Ninguno querÃa abandonar el lado del otro. Edgar estaba seguro desde la primera vez que la vio que querÃa estar siempre con ella. No tenÃa más que pensar, pedirÃa su mano en matrimonio.
Mandó una convocatoria a todos los joyeros del reino y de reinos cercanos. Quien fabricara el mejor anillo de compromiso tendrÃa más riquezas de las que jamás imagino. No habÃa persona en el reino que no hablara sobre el asunto. La pregunta que estaba en boca de todos era ¿Quién es la misteriosa joven? ¿SerÃa quizás una princesa del sur? Pero estaban lejos de acercarse a la verdad.
Joyeros de todos lados llegaron con sus anillos, pero a Edgar ninguno le pareció suficiente. En una mano tan bien esculpida no podÃa ir cualquier cosa. Hasta que un joyero del reino del agua pidió una audiencia con el rey. Le entregó a Edgar un precioso anillo tan delicado y brillante como la piel de su amada. Era el indicado.
Esa misma noche se definirÃa el resto de su existencia. Nunca habÃa estado más nervioso en su vida. Al subir a la luna encontró a Selene esperándolo.
- Hoy ha llegado más tarde de lo usual. Por un momento creà que no llegarÃa.
- Nunca faltarÃa a una cita con usted.
Edgar se hincó, tomó la mano de Selene y le dijo:
- Hace un tiempo le mencioné que su gota no servÃa. Puesto que siempre que querÃa regresar a mi hogar me dirigÃa a usted. Pero el hogar es donde habita el corazón, y déjeme decirle que desde la primera vez que la vi mi corazón habita en usted. Hágame el honor de ser mi esposa.
Selene soltó una lágrima y dio un paso hacia atrás.
- ¿Qué es lo que ocurre? Perdone si mi atrevimiento le ha hecho mal.
La lágrima se multiplico inundando su rostro.
- No.
El semblante de Edgar se torno pálido. Y con un nudo en la garganta pregunto:
- Me veo con el atrevimiento de preguntar ¿Por qué es que me rechaza?
- Yo sabÃa que no debÃa de hablar con usted. SabÃa que esto iba a terminar mal. No puedo engañarlo, no a usted que me conoce tan bien. Cuando lo vi por primera vez supe que no volverÃa a vivir en paz. Es por eso que le insistÃa en que se alejara. QuerÃa que se marchara antes de que fuera demasiado tarde. Pero eso ya no importa porque me encuentro perdidamente enamorada de usted.
- Si me amas como dices, ¿Por qué me has rechazado?
- Lo nuestro no puede ser. Yo no puedo abandonar la luna.
- Si no puede abandonar la luna me quedaré. Lo dejaré todo por usted.
- Pero no puede hacer eso. Hay todo un reino que confÃa en usted.
- La visitaré todas las noches como lo he estado haciendo, lograré que funcione. Yo harÃa todo por usted.
- Regrese hoy a su castillo y mañana con calma hablaremos del asunto.
- Como guste. Pero por favor tenga esto. – dijo mientras le ponÃa el anillo en el dedo.
Se despidieron con un tierno beso, que terminó por sellar la noche.
Al caer el sol el rey regresó al punto de siempre. Pero la montaña no se encontraba. La gota jamás se habÃa equivocado. Caminó en cÃrculos y todo a su alrededor se encontraba repleto de piedras. Era un hecho que aquel era el lugar, pero la montaña ya no estaba. ¿Cómo volverÃa a ver Selene? La ansiedad corrÃa por su cuerpo, gritaba desesperado. Esperó toda la noche hasta que el primer rayo de luz rozó sobre su piel. ¿Qué serÃa ahora de él?
Por meses regresó al mismo sitio con la esperanza de que la montaña estuviera en el mismo lugar, pero era en vano. El dolor que sentÃa en su alama incrementaba por las noches.
En el reino se habÃa creado la expectativa de que tendrÃan una nueva reina. Por lo que Edgar se vio obligado a contraer matrimonio con una princesa de un reino no muy lejano.
El dÃa de la boda las festividades tuvieron que acabar temprano. Puesto que al ponerse el sol reino la obscuridad. Ni una sola estrella brillo aquella noche, parecÃa que le luna se habÃa apagado. Con el tiempo Edgar llegó a querer a su esposa, pero jamás olvidó su amor por Selene. No podÃa dejar las cosas asÃ, tenÃa que volver a verla. Asà que mando a construir una torre tan alta que se pudiera tocar el cielo con las manos. El tiempo transcurrÃa y la construcción de la torre seguÃa. Las cosas no mejoraban para el rey; la reina contrajo una extraña enfermedad, que al poco tiempo le arrebató la vida. Esto afectó terriblemente a Edgar. La vejez tocaba a su puerta, pero él se mantenÃa fuerte. La idea de que algún dÃa la torre estarÃa lista, era lo que lo mantenÃa con vida. Su salud empeoraba dÃa con dÃa. Siempre que le preguntaban cómo es que se encontraba él contestaba:
- Les diré cuando la torre esté lista.
Después de largos años de espera la torre por fin estaba terminada. El rey subió con grandes esfuerzos acompañado de sus lacayos. Al llegar la noche pidió que lo dejaran solo. Se acercó a la ventana que se encontraba justo al lado de la luna. Sacó del bolsillo izquierdo su gota y dijo:
- Puedo verte por última vez luz de mi vida.
A la mañana siguiente, unos lacayos entraron en busca del rey, pero la habitación se encontraba vacÃa. No habÃa señal de Edgar por ningún lado. Esa misma noche una nueva estrella aparecÃa justo al lado de la luna.
La madre besó la frente de su hija y la dejó viajar hacia donde sus sueños la llevaran.
Photo by me
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