El recuelo hervÃa
en mi garganta, mientras el azúcar se disolvÃa sin rastro de dulzura. La taza
rastros de su presencia dejaba y la mesa se impregnaba del olor del recuerdo.
Fue entonces que mi mano, con la poca fuerza que me restaba, se estiro a tomar
una hoja. Acto seguido tu nombre era trazado y mi corazón mutilado. Una
cajetilla de cigarros, con una lumbre dentro, esperaba ser encendida. Y sin
darme cuenta la hoja ardÃa, mientras los recuerdos me rogaban, porque no los
destruyera. La llama se acrecentaba, iluminando la figura de mi abuelo, que de
las sombras aparecÃa. Nada de formalidades, saludar, despedirse son puras
trivialidades.
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¿Niña
tonta qué es lo que haces? Quemando el nombre esperando, que con este huya el
tormento. Niña no seas tonta y enciende tus recuerdos. ¿Te duele? ¿Te pesa? Olvidarlo
quieres, para dormir contenta. No seas tonta y recuerda cada instante. Recuerda
como era el inicio del dÃa y el momento de su partida. Recuerda su nombre y
guárdalo como tu melodÃa favorita. No escribas su nombre en la arena, el mar
hará todo lo posible para que este desaparezca. Encargarte profundamente de tallarlo
en las venas. Cada mañana cuando desayunes, recuerda untarle un poco de
remembranza a tus panques. ¿Café con leche? Café con evocaciones, el dulce
sabor a sufrimiento.
¿Suena
loco lo que digo? ¿Demente? Más demente lo que tienes pensado. Quemarlo, con el
propósito de desaparecerlo, es sumamente arriesgado. Niña no te expongas, ¡protégete!
Recuérdale, recuérdale. Evócalo dÃa y noche, que sea tu rutina pensarle una vez
al dÃa. Recuerda niña tonta, que si lo olvidas y se vuelven a encontrar, corres
el riesgo de volverte a enamorar.