Las horas del café

jueves, octubre 20, 2016

Lo escribí en una cafetería, evitando que las horas acabarán conmigo.

La gente entra y sale. El ritmo no es continuo, pero la entrada permanece abierta. Ya no me siento de espaldas como antes. Evadiendo la mirada de la gente. Temiendo que lean lo que escribo, molesta que no noten que lo hago.
La luz del sol se direcciona a mi novela. Quiere competir con las palabras en busca de iluminar un alma. Planea presumirle a la luna, que no sola a ella la gente le reza. El ruido de la cafetera se mezcla con el pequeño murmullo de la pareja a mi izquierda. Sus labios guardan un secreto, que de vez en cuando comparten, para suprimir el tormento. Pero hay personas, que prefieren guardar sigilo, como la muchacha de la esquina. En su mesa solo las tazas de café se miran frente a frente. Ella calla, pero su corazón dice te quiero. Espera que él no lo escuche, pero cada que él se acerca su corazón lo repite. Calla le dice, mientras tose intentando opacar los gritos del corazón. No soy la única que la observa. El viejo que leía con pasión un libro, ahora lo estruja en sus manos, en espera de que ella actúe. Vamos tonta le dice con los ojos. Qué no ves que si no es ahora no será nunca. Créeme a mi, que la deje ir. Y ahora su recuerdo me acompaña en todo lo que leo. Su figura se traza en las esquinas de los párrafos. Y su respiración es la que escucho cada que cierro un libro.
Detrás de él un hombre come lento. Piensa que dando bocados pequeños, el pastel y las galletas lo afectaran menos. No le ha puesto azúcar a su café, porque ha decidido, desde ayer, en cuidar su figura. El policía también consideró esta opción, pero siempre justifica todo lo que ingiere. Piensa que las emociones del trabajo le hacen quemar más calorías, que a una persona normal. Son los nervios atorados los que se han acumulado en su estomago, no la comida.

Tomo un sorbo a mi taza, se ha enfriado mi café.

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